El tiempo no acompañaba precisamente, pero parece que los débiles
esfuerzos de los rayos de sol, intentaban penetrar las duras murallas
del espeso algodón blanco. El era fascinante a la vez que que sencillo.
Pequeños prados se extendían hasta unas montañas que contaban ya con una
larga historia. El verde y amarillo me acompañaban por doquier. El
suave susurro del viento pronto se tornó en gritos furiosos a la par de
silenciosos. Las nubes se abalanzaban sobre nosotros, pero las montañas,
pese a ser ya ancianas, se defendían con coraje ante tal amenaza.
La oscuridad en seguida nos cubrió por completo. Las montañas debieron de
haber vencido, pues caían lágrimas sin cesar del cielo. De repente, el
cielo comenzó a llorar con rabia pues aquellas lágrimas, que en
principio eran sollozos, se tornaron cascadas de dolor y palabras de
frustración, pues sonaba con gran energía.
El cielo enfadado quiso pagar su enojo contra nuestra persona; algunos se
escondieron temerosos, otros, se deslizaron entre las sombras, para que
no los descubriese. Yo, en cambio, me enfrenté a el a corazón
descubierto, sin ningún temor hacia su castigo. Me defendí con valor y
coraje, sufriendo sus innumerables latigazos de dolor y tristeza. Al
final, debió comprender que nada conseguía hacer pagar su penitencia con
nosotros, por lo que nos regaló el más digno de los paisajes. Diminutos
bosques se extendían a cada la de mi camino, mientras sentía una
agradable caricia en modo de perdón por parte del caprichoso manto
azulado. La belleza de lo que contemplaba mi alma era inexpresable con
palabras,hasta el mismísimo Poe se arrodillaría y sollozaría como un
bebé ante tanta hermosura. Y solo era para mi, y nadie más. Mi
recompensa por mi pequeña lucha.
Andé un poco más y me encontré con más regalos perdidos en aquel paraíso
olvidado, pero ya no era lo mismo. Aquel efímero momento de paz infinita
fue única y solamente hecho para mi y nadie más.
Es triste como nadie en el mundo recuerda ya estos instantes tan hermosos
que tanto estábamos acostumbrados a disfrutar, mientras que ahora nos
dedicamos a destruirlo.
Patético.
Ojalá el cielo no sea tan piadoso como fue conmigo y y pague su ira contra aquellos que no saben amar su seno de vida.
L.